5:57 p.m.
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La Rueda de la Fortuna
La Rueda de la Fortuna
En la cima de la rueda de la fortuna me di cuenta de que algo andaba mal. La atracción mecánica se detuvo, y algunas mujeres en otras canastillas gritaron, entre risas nerviosas. Laura no gritó, pero tenía una expresión extraña, entre diversión y miedo. Empezó a soplar un viento frío, pero yo sentía mucho calor. Agobio. Me quité la chaqueta y se la puse a Laura sobre los hombros. Me comentó algo acerca de lo bonito que se veía la ciudad de noche desde aquí. Yo sudaba frío. De pronto me dolía la cabeza, estaba mareado. Me costaba trabajo respirar. Sentí que me ahogaba y comencé a toser, y luego a tener arcadas. Laura me abría alarmada el cuello de la camisa, rebuscaba no sé que cosa en su bolso y no paraba de hablar, pero no puedo recordar lo que me decía.
Entonces pasó algo muy extraño: Escupí un gusano. No una lombriz ni una parásito. Era un gusano pequeño, de esos blancos con la punta negra que aparecen en la carne podrida y no paran de retorcerse. Laura me miró con asco. Intenté hablar pero comencé a vomitar. Vomité gusanos una y otra vez, hasta cubrirme de ellos. Laura gritaba de terror y yo seguía expulsándolos. Cuando terminé tenía las manos y el pecho agusanado. Todo estaba agusanado. Laura no paraba de gritar y las personas más cercanas a nosotros se le unieron. Pronto la rueda de la fortuna se volvió una rueda de alaridos, el epicentro de una histeria colectiva. Los gusanos crecieron en pocos segundos y se convirtieron en pupas que dieron paso a grandes moscas de ojos verdes que se fueron volando hasta perderse en la oscuridad. Luego vino el silencio.
La rueda volvió a girar y la gente comenzó a descender. Cuando llegó nuestro turno no había nada inusual en la canastilla, salvo una alfombra de pequeñas costras negras en el piso. Caminamos lentamente hasta salir del parque, y nos fuimos a casa.
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