La casa incendiada
Me quedé dormido en la sala, me despertaron los gritos. Tenía cinco años, pero lo recuerdo bien: La casa se estaba quemando. No vi el fuego pero sentí el calor de las llamas y olía mucho a humo, como si estuvieran quemando desperdicios. Mi abuelo me tomó de la mano y me levantó. Le pregunté qué estaba pasando y me contestó que no me preocupara, que teníamos que irnos. Salimos a la calle y caminamos, durante lo que me parecieron horas. Todo el camino estaba oscuro, y en silencio. Yo iba llorando. Una o dos luces de alguna casa se encendieron al escuchar mi llanto, pero nadie salió a ver. Tenía frío, mucho sueño y también tenía miedo porque no estaban mis papás, pero mi abuelo me repetía que no me preocupara, que ellos iban a venir después.
Atravesamos al fin una reja muy grande y entramos a un jardín con muchos árboles y nos sentamos en una de las bancas. Mi abuelo me señaló una casita que había unos metros adelante con muchas flores en la puerta, y me dijo que ahí me podía dormir, que él esperaría afuera a que llegaran mis papás. Entonces entré y me acosté en una esquina en el piso. Podía escuchar susurros en la oscuridad, pero pensé que tal vez había llegado más gente. Me cubrí con su chaqueta, y me dormí.
Cuando me despertó la policía ya era de día. Mi mamá entró llorando a la casita. Mi papá me miró a la cara y luego a las manos, y salió de nuevo histérico a gritarle a un señor de sombrero que qué había pasado, que quién me había llevado al cementerio y que por qué estaba tirado en un mausoleo. El señor tenía cara de asustado y sólo le respondía "no sé, no lo vi". Pensé que mi papá le iba a pegar. Mi mamá lloraba y lloraba. Me quitó el costal de tierra con el que estaba tapado y descubrió mi ropa sucia y manchada de sangre. La policía me sacó y me subieron a una ambulancia. Yo no estaba herido, pero tenía las yemas de los dedos descarapeladas y había perdido media uña del anular derecho y me dolía mucho.
No les dije que mi abuelo me había llevado ahí porque entonces recordé que nunca conocí a mi abuelo: falleció cuando mi papá aun era un niño, y mi otro abuelo otro vivía en Zacatecas. Les describí a mis papás y a la policía cómo era el hombre que me había llevado al cementerio pero no se parecía a nadie conocido, y nunca lo encontraron. Luego me enteré de que la casa no se había incendiado: En la mañana mis padres vieron la puerta de la casa abierta y salieron a buscarme. Un vecino avisó que había escuchado gritos en el cementerio durante la noche (aunque yo no escuché nada) y ahí me fueron a encontrar.
Hasta hoy ninguno de nosotros se explica los eventos de ese día. Ya no nos acercamos al panteón de Dolores y nunca hablamos del tema, pero estoy seguro de que nadie lo hemos olvidado. Un psiquiatra conocido me anima a tomar terapia para descubrir qué pasó realmente, pero yo creo que algunas cosas deben quedarse enterradas.
Ahora mi hija tiene cinco años. Llevo meses que no puedo dormir, tengo miedo. Me levanto constantemente durante la madrugada y voy a verla.
No puedo esperar a que cumpla seis.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .