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sábado, noviembre 27, 2004


Music by: Hooverphonic [Inhaler]

Muchas ocurrencias sobrenaturales tuvieron efecto los días que me quedé en casa de Jorge Ferrer. Él ya sabía que sucedían "algunas cosas raras" pero lo que ví en mi habitación pasaba de eso.
La máscara namibiana no dejaba de caerse. Fui por Jorge cuando la puse de frente en el taburete, y al regresar a la habitación estaba boca abajo, y luego al perderla de vista aparecía girada a la derecha y luego a la izquierda, y cada vez que la dejaba de mirar, aunque fuera un segundo, cambiaba de posición. Lo que me volvía loco fue nunca verla moverse. Cuando Jorge llegó al cuarto, un botón amarillo con la clásica carita feliz pintada en él comenzó a rodar en la estantería y a tirar todas las figuritas de colección que no eran de Jorge, pero que alguien había dejado allí como exhibición permanente. Luego los libros del pequeño revistero empezaron a abrirse y a cerrarse solos. En este punto yo ya tenía miedo, y no pensaba quedarme a dormir en ese cuarto. Los otros inquilinos habían pasado días tranquilos, y tuve que explicarle a mi anfitrión que lo que me sacaba de quicio era no ver moverse la maldita máscara namibiana cuando cambiaba de posición.
Jorge, muy comprensivamente, me ofreció cuarto en el sótano. Tenía un catre tendido a diez centímetros del suelo, y el piso estaba tapizado de libros, revistas y cuadernos de apuntes. La primera madrugada en el cuarto del sótano fui despertado y ví todo en una luz umbrosa cuya procedencia nunca pude definir y que hacía parecer al mundo una pelícua en blanco y negro sobreexpuesta. Lo primero que ví fué un santo de yeso pelado apuntando con su brazo derecho un libro negro y ancho sobre el cual estaba parado. Luego ví un hombre negro espantado por la visión del santo animado, pero que volvió la mirada y se ocupó de otras cosas. Entonces el santo de yeso transformó su rostro en una horrible ráfaga de colerá, pateando todo a su alrededor y tumbando cosas hasta que se cayó y se rompió en dos partes. El hombre, alarmado por los ruidos, fue a ver que había pasado, pero lejos de ocuparse del libro negro o de la figura quebrada, lo puso todo de nuevo en su lugar. Entonces ví la cara del santo transformarse en la de un demonio, y al hombre, que en realidad nunca estuvo conmigo en el cuarto del sótano, huír despavorido de su furia.
Ésta es mi palabra.
Ésto pasó en casa de Jorge Ferrer.
Ésto y las dos caras horribles de Wilson.

cn

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