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martes, agosto 19, 2003


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Silent Hill report
Caminé por los largos pasillos a oscuras. Le tomó poco tiempo a mis ojos acostumbrarse a la penumbra, aunque hubiera deseado no ver donde me encontraba. Las paredes eran de ladrillo rojo, completamente sucias, mohosas y llenas de herrumbe de los tubos que salían de ellas y se doblaban de vez en vez. Lo peor era el sonido: un retumbar incesate de tamores lejanos y las ocasionales goteras que se trasminaban del techo. Y los gritos...
Encontré la lámpara de bolsillo. El suelo estaba encharcado... pero luego peor... enrejado sobre un abismo indesifrable: era imposible adivinar su final. Llegué a la puerta azul. Entré. En el cuarto había un pizarrón donde alguien escribió cosas sin sentido. Junto al pizarrón, un esctitorio doblado por un golpe que impedía abir los cajones. Sobre el escritorio seguía incrustada el arma: un mazo de mango largo, rematado en una estrella de múltiples picos, como las usadas en la edad media. La tomé, sentía miedo y cualquier cosa me serviría para defenderme y aunque el mazo estaba pesado seguro era muy potente. Note algo más: el pizzarrón, el piso, el escritorio y todo el ámbito de la habitación, estaban manchados de sangre. Todo parecía brotar de unos casilleros. Preferí no intentar abrirlos: sea lo que fuere que estuviese allí dentro, no quise verlo. Había también unos cascos de obrero empotrados en la pared, junto a la otra puerta...

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