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viernes, agosto 15, 2003


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Me detuve frente al parque que queda junto a su casa. Quería llorar pero no podía. No en la calle. Nadamás lloro a solas; es de la única manera que sé llorar.
Irónicamente me sentía muy solo allí sentado, oyendo la música que nos gustaba a los dos, (Pulp: Do You Remember The First Time? Nada jode más la nostalgia que la canción adecuada.), pensando en qué fué lo último que le dije, cuál, cómo, por qué. Me estuve ahogando en este lugar que vimos juntos tantas veces, dándome cuenta poco a poco de que era el final. Después de todo, nos había llegado. Y chingas a tu madre, Isabel, que no me pudiste esperar a que yo me pudiera morir contigo. Puta madre, que no me pudiste esperar.

Se paró un auto casi a mi lado en segunda fila, un Golf blanco. Se bajó de él una señorita muy guapa. La chava que se quedó adentro le contestaba los gritos. Se podía ver que su discusión era muy acalorada por los gestos y los ademanes. De inmediato supe cuál era su relación. La pasión no se esconde.
Su discrepancia violenta les impedía ver los carros que esperaban su avance y que terminaban por sacarles la vuelta. No obstante, nadie se quejó.
Empezo a llover. Muy fuerte. La rubia se subío de nuevo al carro. Al cabo de cinco minutos ya estaban abrazándose y besándose, donde coños dejé mi cámara? y cuando escampó, hicieron algo que nunca había visto: se salieron ambas del carro y se acostaron boca arriba sobre la banqueta mojada del parque, una junto a la otra. Miraban las nubes como si no hubiera nada más en el mundo, como si la vida fuera eterna, como si nada más importara. Y entonces decidí portarme como un hombre y me rendí. Ya no pude más.

cn

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