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lunes, agosto 11, 2003


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Cuando entró, inmediatamente lo reconocí. Curiosamente no recuerdo como es que llegó la historia de Mr. C. hasta mí. Entró al departamento cuando la fiesta estaba en plena efervecencia. Las luces de la ciudad brillaban através de los ventanales en el piso en el que nos encontrábamos. Todos bailaban y platicaban, excepto Mr. C., que se sentaba solo a una mesa del rincón y pedía una bebida. Había sorteado la muerte y la persecución, y se creía por fin a salvo. Yo no le perdí de vista, asombrado de encontrarlo así, como si nada, en una fiesta yuppie de medianoche.
Entonces vinieron por él. Dos figuras que vestían largas gabardinas se encaminaron a su mesa y le cerraron el paso. Mr. C. no entró en pánico. Levantó la mirada. Alcancé a ver su rostro cansado de tanta mierda (yo lo sabía) y su resolución sin salida a que no lo atraparan vivo. Las dos figuras se adelantaron a cogerlo y el tomo impulso, se estrelló contra los cristales y cayó los cinco pisos. Mr. C. había sucumbido al final a la muerte. La gente se revolvió, hubo gritos y empujones. Me escondí de los inquisitores y me alejé de allí o más pronto que pude.
Descanse en paz Mr. C. Que con él se hayan muerto sus secretos.

cn

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