11:22 p.m.
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Había una vez un hombre muy poderoso. Dominaba el sólo un país muy rico. A sus manos llegaba el poder absoluto de las tierras que fueran la primera capital del mundo. Nadie podía cuestionarlo sin ser torturado y asesinado. Era uno de los pocos hombres en el mundo que han experimentado lo que es el poder absoluto. Su país estaba tapizado con su efige. Su nombre era por todos conocidos, casi mítico. No había lugar en su país que no estuviera bajo su jurisdicción, ni un rincón que él no gobernara con completa y total soberanía. Estatuas, palacios, vidas y muertes, hizo y deshizo lo que le dictó su mente. Poder absoluto sobre las vidas de los habitantes de su país. Poder total. Esta era la realidad.
Hasta que un día vino Estados Unidos y le arrebató todo.
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