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jueves, abril 17, 2003


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Despedirme de tí es lo más difícil que he tenido que hacer. Me dijo ella.
Se quedó sonriendo y llorando y diciéndome adiós con la mano hasta que se fué el autobús. Yo ya no pude más. Me rompió el corazón y comencé a llorar. LLore todo el camino hasta la frontera, pensando que ella estaría igual o peor. Pensé en tantas veces que la reprendí por no soportarlo, por hacerla de Magdalena. Si sólo eran tres semanas, no era para tanto. Pero al dejarla allí en la central, lo entendí todo. Por qué no se quería separar de mí, a pesar de Nueva York, Madrid, Barcelona, Paría, Nantes, y El Vaticano. Por qué le valía madres ver o no ver al Papa en la Audiencia que les habían conseguido sus amigos eclesiásticamente mejor acomodados. Siempré pensé que sería una bendición ver al Papa y saludarlo de mano, pero no era así, sin mí a su lado no lo quería.
En el puente de Reynosa los soldados me bajaron y me tiraron los perros, que al parecer ladraban de hambre y no por lo que debían. No encontraron nada en mi mochila, salvo unos condones que me traje del Motel y medio subway. Me cuestionaron mi cutter. No les contesté, me caga las bolas que un pendejo me cuestione. Es para cortar papel dije.
Fué un mal viaje a Monterrey: Lento, oscuro, perdido, repetitivo, incómodo y sobretodo, solitario. Yo estaba en camino a su casa y ella estaba en camino al Aeropuerto de McAllen.
Hasta nunca, pueblo Rabón...!

De mi diario, Caballo Negro, 17 de abril del 2003. Hoy cumplo un año de casado.

cn

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